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Este texto ha sido publicado en el blog de l’Assosiació de Mestres Rosa Sensat
Cancelación e instrumentalización de la LIJ. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Lobos vegetarianos que ya no comen cerditos porque se han hecho amigos, brujas disfrazadas de hadas dulces y complacientes, caballeros bonachones y comprensivos que, en lugar de matar dragones, les explican que comer princesas está mal… Si bien no es nueva la preocupación adulta por la relación entre la literatura infantil y juvenil (LIJ) y la educación de las nuevas generaciones, últimamente se observa una tendencia creciente hacia la corrección política y la instrumentalización de los libros dirigidos a estas edades, un movimiento en auge que se enmarca dentro del proceso global de cancelación cultural de nuestro tiempo.
La retirada de obras tradicionales de algunas bibliotecas escolares de nuestro entorno, las numerosas depuraciones de la leyenda de San Jorge —«disparates bien intencionados» (Duran, 2023), transmitida de generación en generación—, o la reedición de clásicos como los libros de Roald Dahl, son algunas de las diversas acciones emprendidas con la intención de salvaguardar a la infancia de los modelos que la literatura infantil y juvenil ofrece a los pequeños. Son decisiones cuestionables —y cuestionadas (IBBYCAT, 2023)— que suelen abordar con más precipitación que análisis la compleja relación entre LIJ y política, marcada tanto por «la sombra del adoctrinamiento» (Martínez, 2023), como por el deseo de tratar temas como los roles de género, la lucha contra el cambio climático, la pobreza o la inmigración, con el fin de fomentar la tan deseada educación democrática de niños y jóvenes.
La actitud descrita arraiga en una visión utilitarista de la literatura, concebida como herramienta didáctica más que como espacio de fantasía y disfrute estético, recurriendo a la censura ideológica y a la autocorrección, lo que empobrece la oferta editorial.
Con todo, esta problemática denota la infravaloración de la LIJ como ámbito literario y una condescendencia hacia las capacidades de los lectores a los que se dirige, impidiéndoles explorar lecturas que provocan más preguntas que respuestas. La actitud descrita nace de una visión utilitarista de la literatura, concebida como herramienta didáctica antes que como un espacio de fantasía y disfrute estético, recurriendo a la censura ideológica y a la autocorrección, lo que acaba empobreciendo la oferta editorial. En un contexto donde los niños de hoy desconocen el cuento de Patufet o canciones de nuestra tradición, esta preocupación e intervención adulta suele materializarse en tres tipos de actuaciones: la supresión de cuentos tradicionales para que los niños no los tengan al alcance; la personalización de textos bajo un filtro particular para que no resulten ofensivos; y también el acompañamiento en su lectura o narración con advertencias, para abrir los ojos de los niños y niñas sobre hechos y conductas que responden a unas coordenadas espaciotemporales concretas.
Las grapas del intervencionismo. ¿Hemos perdido el norte?
Conviene preguntarse, a la luz de estas prácticas, si eliminar Caperucita Roja de nuestras bibliotecas nos librará del sexismo presente en nuestra sociedad; si el desconocimiento de un extenso y variado corpus de cuentos populares caído en el olvido —como El tesoro de la montaña azul, Los duendecillos y el zapatero o El príncipe Danilo— no contribuye, precisamente, a tomar injustamente la parte por el todo y a preparar el terreno para la cancelación cultural de este legado (Obiols, 2024). ¿No corremos el riesgo de privar a los niños de una inmejorable puerta de acceso al imaginario compartido que favorece el aprendizaje del lenguaje y de las formas literarias, y que contribuye a la socialización cultural a partir de las representaciones del mundo que nos brinda la buena literatura? Tres funciones asociadas a la LIJ que deberían frenar este impulso por suprimir, reeditar o interferir en la intimidad de la experiencia literaria de los más pequeños, ligada a obras que actúan como crónica de un tiempo pasado que nos ayuda a comprender cómo era el mundo antes de ser como es ahora. Tampoco consideramos acertada la deriva que hace años señalaba Teresa Colomer (2011) y que sigue vigente: «la banalización de la literatura de tradición oral en innumerables versiones modernas que juegan sin propósito con el imaginario colectivo y que lo reformulan superficialmente sin ampliar su eco interpretativo» (p. 3). Reescrituras y adaptaciones que desembocan en la esterilización de este corpus formado por cuentos y relatos populares, obras honestas y de gran carga simbólica que desde hace siglos acompañan a pequeños y mayores en la comprensión de nuestra complejidad interna, acercándoles los grandes temas de la vida mediante representaciones arquetípicas del inconsciente colectivo (Martínez, 2024). Y ante la duda sobre qué hacer con ciertas historias, nos inclinamos por la prudencia.
El cuento y sus detalles contextuales son poco importantes en el momento mágico de escucharlo. Lo que sí es absolutamente relevante es su escucha simbólica, la cual, los adultos, ya no somos capaces de realizar […] Las explicaciones adultas a veces pueden ser torpes porque lo que están entendiendo es muy distinto de lo que entienden los niños. El cuento les explica algo intrínseco, a veces terrible, mostrando un abanico muy amplio de hechos y situaciones que pueden vivir las personas […] Alterar este diálogo íntimo del niño con su propio conflicto es poco prudente. No hay un análisis social o contextual cuando un niño escucha un cuento, hay un proceso íntimo […] ¿Qué ven? ¿Qué les pasa por la cabeza cada vez que lo escuchan? Francamente, no nos compete. Cerrar el libro —o la memoria, si es oral— y callar, salvo que hagan preguntas (Obiols, 2024, p. 177-178).
¿Cuentos populares? ¡Ahora más que nunca!
Por todo ello, apostamos por reivindicar y difundir este legado entre las nuevas generaciones, especialmente desde la escuela como espacio primordial de acceso a la cultura letrada y de fomento del hábito y el placer lector. Mostrarse contrario a la adaptación de los originales, sin embargo, no impide promover su actualización lingüística, a menudo necesaria para hacer estas historias más próximas y accesibles; por eso es importante cuidar versiones cuidadosas que preserven el carácter y el tono con el que fueron escritas, y que sobresalgan al ampliar vocabulario y descubrir el poder creativo y evocador de la palabra. En definitiva, abogamos por mantener vivos los incontables relatos, releíbles y perdurables, que favorecen la sorpresa y la capacidad de conformar imaginarios heterogéneos que escapan al rodillo de la instrumentalización de la LIJ y el didactismo, de lo políticamente correcto y la uniformización cultural. Relatos para ser leídos en voz alta, en soledad o en compañía, como los que compartimos en la selección de recomendaciones lectoras que encontraréis al final del artículo y que difícilmente os dejarán indiferentes.
Abogamos por mantener vivos los incontables relatos, releíbles y perdurables, que favorecen la sorpresa y la capacidad de conformar imaginarios heterogéneos que escapan al rodillo de la instrumentalización de la LIJ y el didactismo, de lo políticamente correcto y la uniformización cultural.
Frente a discursos paternalistas o represivos, acerquemos a niños y jóvenes aquella literatura arriesgada y comprometida con la libertad creativa que nos convirtió en los lectores apasionados que somos hoy. Estamos convencidos de que la mejor manera de formar lectores más libres y competentes es confiar en su capacidad para leer y construir un sentido personal del mundo que les rodea, invitándoles a transitar por obras diversas y de calidad, incómodas, desafiantes o subversivas, que no evitan el conflicto ni la ofensa que pueda generar su recepción. Como recordaba Colomer (2002): «No se aprende a leer libros difíciles solo leyendo libros fáciles». No prescindamos de la complejidad, la ironía, la irreverencia, el simbolismo o la imaginación. No les demos gato por liebre.